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Basilica of the Blessed Sacrament/Basilica del Santisimo Sacramento, Buenos Aires

Eucharist Miracles represented on stained glass/Vitrales due Representan Milagros Eucaristicos

Entre las varias decoraciones que hacen tan atrayente la Basílica del Santísimo Sacramento, nuestra atención se dirige a los artísticos vitrales, que ilustran varias manifestaciones eucarísticas acontecidas a través de diez y nueve siglos. - Conviene aclarar aquí que la fe de la Iglesia en el Misterio Eucarístico se afirma en la Palabra del Señor, recibida en la Tradición y en la Biblia. - Sin embargo, los milagros presentados a continuación pueden ser una hermosa ayuda anecdótica para esa misma fe. Los relatos sobre los mismos fueron aquí redactados por el Padre Eugenio Couet, otrora Superior General de la Congregación del Santísimo Sacramento.

Among the several decorations that make it so appealing to the Basilica of the Blessed Sacrament, our attention is directed to the artistic stained glass, illustrating various Eucharistic manifestations occurred through ten and nine centuries. - It should be made clear here that the Church's faith in the Eucharistic mystery stated in the word of the Lord, received in the tradition and the Bible. However, the miracles presented below can be a wonderful help anecdotal for that same faith. The stories about them were here written by Father Eugenio Couet, former Superior General of the Congregation of the Blessed Sacrament.

SAN DIONISIO RECIBE LA COMUNIÓN EN SU PRISION (SIGLO I)

San Dionisio, primer obispo de París, era frecuentemente visitado en su prisión de Montmartre por numerosos fieles, un día en que, para consolarlos, ofrecía el Santo Sacrificio, apareció visiblemente Jesucristo, y con su propia mano dio 1a Comunión al santo, diciéndole: "Recibe, siervo fiel, mi Cuerpo y Sangre, como prenda de la recompensa eterna que pronto recibirás".

Dan testimonio de este milagro; 1° Antiguas.esculturas de la iglesia de San Dionisio en Chantres ( Francia), en las que se halla representado; 2° Delarc, Historia de Paris durante la revolution francesa - Vol. I. pag. 384. Además, el milagro está expresamente mencionado en la prosa del antiguo oficio de San Dionisio.

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MISA DE SAN MARTÍN DE TOURS (380)

Hallábase un día San Hanón, obispo de Colonia, celebrando los divinos misterios con gran fervor, en la capilla de San Martín, cuando de repente, en el acto de la consagración, vióse aparecer, entre sus manos y su rostro, un globo de fuego, que, después_de_haber girado durante un rato dentro del radio en que había aparecido, se pecipitó en el cáliz. - Fuera de sí el celebrante, ante tan extraño suceso, no se atrevía a proceder a las bendiciones que deben hacerse sobre el cáliz, temiendo faltar, por otra parte, si interrumpía la celebración del santo sacrificio. Hízole comprender entonces el Espíritu Santo que la manifestación sensible de una transubstanciación, que se opera todos los días sin milagro sensible, no era motivo para turbarse ni de detenerse. – Un hecho análogo se registra en la vida de San Martín obispo de Tours, y éste es el que ha sido representado en este vitral.

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SCONSTANTINOPLA (552)

El niño en el horno del vidriero.

Nicéforo Calixto, San Gregorio de Tours, y otros historiadores importantes, refieren el siguiente caso maravilloso: “Había en Constantinopla la antigua costumbre de dar a los niños inocentes, las partículas consagradas que se contenían en el copón. El historiador Nicéforo asegura que él mismo fue llamado muchas veces, en su infancia, para comulgar de este modo. Un día en que, con tal objeto, fueron llamados algunos tiernos escolares, encontrose entre ellos un niño judío, que, comulgó con sus compañeros. Su padre, de profesión vidriero, quiso saber por qué se había demorado en volver a casa, y habiéndose informado de que acababa de recibir la Eucaristía, se encolerizó de tal manera, que arrojó a su hijo al horno encendido. Nada de esto supo la madre que, consternada, ignorando el paradero de su hijo, hacía oír en toda la casa sus lamentos. Mas, al cabo de tres días, cuando todavía incansable pasaba junto al horno, sorprendiose al oír la voz del niño. Sin atinar a explicarse de donde podía salir aquella voz, abre el horno y allí encuentra a su propio hijo, sano y salvo, sin que el fuego le hubiera causado el menor daño. Lo saca presurosa, y al preguntarle como es que no ha sido consumido por las llamas el niño respondió: "Una señora, vestida de púrpura se me apareció, y derramando agua a mi alrededor apagaba el fuego, y me alimentaba durante estos días". La ciudad entera tuvo conocimiento de este prodigio. La madre y el hijo abrazaron la fe católica; pero el padre, obstinado en no querer convertirse, fue castigado por su crimen. Otro mi1agro semejante ocurrió en Bourges, en el año 560.

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EL CRISTO DE LA PIEDAD SE APARECE A SAN GREGORIO. (ROMA; Año 602)

Según las observaciones de Monseñor Barbier de Montault sobrelos textos y documentos, son cinco las célebres misas de San Gregorio: - l° aquella en que confundió la incredulidad de una dama romana, en el acto de darle la comunión;

- 2° aquella en la que la Hostia se transformó entre sus manos, en un hermosísimo niño; - 3° aquella en que libertó el alma de un difunto por quien rogaba; - 4° aquella en que se impregnó un corporal del que manó sangre; y, por último, aquella en la que se le apareció el Cristo de la piedad.

De este último milagro, que es el que se halla reproducido en el vitral que reproducimos, sólo da testimonio la tradición. Tuvo lugar en Roma, en la casa particular del Santo, situada sobre el Monte Coelius, y actualmente está convertida en oratorio.

La capilla, de reducidas dimensiones, pero grande por los recuerdos que evoca, se conoce todavía con el nombre significativo de la Divina Pietá. Este nombre recuerda la aparición en la cual el divino Salvador se dejó ver en el deplorable estado al que se hallaba reducido en su Pasión. El prodigio debió ocurrir el domingo de Pasión, durante el rezo del Canon de la Misa. Este hecho que gozó de gran fama, durante la Edad Media y el Renacimiento, fue un tema piadoso que los artistas reprodujeron frecuentemente en la tela, la madera y el mármol, hallándose asimismo representado en piezas de orfebrería, libros de horas y otros manuscritos de aquella época.

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LA HOSTIA Y LAS ABEJAS (CLERMONT, 1140)

Un aldeano de la diócesis de Clermont, poseía varias colmenas que constituían toda su fortuna. Habiéndose producido una peste que diezmó sus abejas, el pobre hombre consultó a varios adivinos, con el deseo de hallar el medio de conjurar el flagelo. Este acto, en sí mismo culpable por supersticioso, quizá pudiera excusarse por la ignorancia del campesino; pero, su mayor pecado consistió en poner en práctica los sacrílegos consejos que le fueron dados por los agoreros. Aquellos impíos, impulsados, como es sabido, por el espíritu del mal, acustumbraban servirse de la Eucaristía para sus mágicas operaciones. Prescribieron al infeliz campesino que se apoderase de una Hostia consagrada y que, poniéndosela en la boca, soplase luego en las colmenas. Recibida que hubo la Comunión, sacó disimuladamente de su boca la Sagrada Forma, y poniéndosela con cuidado en el bolsillo, volvió a su casa, a fin de hacer todo como le fuera prescrito. Mientras cumplía, al pie de la letra, aquella práctica tan sacrílega, como supersticiosa, la hostia se le escapó de los lábios, cayendo al suelo.

Inmediatamente las abejas se precipitan a porfía fuera de la colmena; como impulsadas por un instinto misterioso, se dirigen todas donde está la sagrada hostia, la levantan con respeto y sobre sus alas desplegadas al vuelo, la transportan dentro de la colmena, donde la colocan en medio de los hilos de miel, como en un maravilloso ostensorio.

Es fácil imaginar el estupor del aldeano ante tan inesperado espectáculo; sin detenerse, sin embargo, a analizar el prodigio, volvió tranquilamente a sus faenas ordinarias. Su conciencia empezó entonces a recriminarle, haciéndole comprender que la acción que acababa de consumar era digna de castigo y que no escaparía de la cólera divina. Enloquecido por el terror y los remordimientos, quiso volver sobre sus pasos y resolvió vengar en.las inocentes abejas, el crimen por él perpetrado. Con este intento, inunda con mucha agua la colmena, para extraer la miel y la cera, que su avaricia no quería dejar perder. Repentinamente se detiene aterrado: un niño de encantadora belleza estaba reclinado sobre el panal, aparentando dormir. Pasado el primer momento de estupor y de espanto, el campesino toma en brazos al niño, pero este no se mueve, parece muerto. Entonces el desventurado se resuelve llevarlo a la iglesia y enterrarlo sin que nadie lo supiera; pero, mientras iba de camino, una fuerza invisible arranca repente al Niño de manos tan indignas, desapareciendo sin dejar huella a los ojos del campesino consternado.

El Cielo no tardó en castigar tamaña impiedad: poco tiempo después la aldea donde fué perpetrado el sacrilegio quedó desolada por la muerte de todos sus habitantes.

El milagro, narrado por Pedro el Venerable, ocurrió no solamente en su tiempo, sino en su mismo pueblo. No lo conocía, pues, por conductos más o menos inciertos, sino por boca del propio obispo de Clermont, que hizo serias investigaciones al respecto.

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LA MULA DE SAN ANTONIO (Bourges, Año 1225)

se encontraba San Antonio de Padua combatiendo la herejia de los albigenses; uno de ellos de los más tenaces y obstinados le opuso innumerables objecciones. Refutadas todas, por Ia maravillosa ciencia del Santo Taumaturgo, quedó reducido al silencio, pero no se rindió todavía: como último argumento exigió a San Antonio un milagro, declarándole que si probaba públicamente por algún podigio, la presencia real de Cristo en la hostia consagrada, abjuraría de la herejía y se sometería a la fe. Lleno de confianza en la misericordia y omnipotencia del divino Maestro, el santo aceptó la propuesta. "He aquí lo que exijo, agregó el albigense: “Tengo en casa una mula; voy a encerrarla sin darle nada de comer. Al cabo de tres días la traeré aquí en presencia de todos, mientras le ponga yo delante una abundante ración de avena. Ud.le presentará lo que dice ser el Cuerpo de Jesucristo. Si el hambriento animal desprecia la ración para dirigirse hacia ese Dios, a quien, Ud. lo afirma, deben adorar todas las criaturas, yo adheriré de todo corazón a la doctrina de la Iglesia católica". El día fijado para el experimento, la multitud acudió de todas partes hasta llenar por completo la plaza. Católicos y herejes, hallábanse en una ansiosa espectativa. No lejos de allí, San Antonio celebraba el Santo Sacrificio con fervor angelical.

Al final aparece el albigense conduciendo a su mula; y un poco más atrás traían la ración de avena. Una multitud le formaba cortejo, augurándole completa victoria. Al mismo momento, San Antonio sale de la capilla, llevando en sus manos el Cuerpo del Señor, y en medio de un solemne silencio, grita con voz fuerte, dirigiéndose al animal: "En nombre y por la virtud de tu Creador, a quien a pesar de mi indignidad, tengo aquí, realmente presente entre mis manos, te ordeno que sin demora vengas a prosternarte humildemente delante de Él. Es preciso que los herejes reconozcan y confiesen que todas las criaturas han de estar sometidas a su Creador y que el sacerdote católico tiene el honor de hacerle descender sobre el altar”.

En el acto mismo se presenta. a la mula. hambrienta: una cesta rebosando de avena, y el animal sin hacer caso de su alimento favorito, escuchando tan sólo la voz de San Antonio, inclínase al nombre de Jesús, dobla sus garrones y se arrodilla delante del Sacramento de Vida, como para adorarle. Ante espectáculo tan pasmoso el entusiasmo de los cató1icos raya en frenesí: los albigenses quedan estupefactos y confundidos. El dueño de la mula, fiel a su palabra, abjura de sus errores, y se hace fiel y rendido hijo de la Santa, Madre Iglesia.

Los Anales de los Menores, dicen que el Santo obró más tarde un milagro análogo en Rimini, (Italia); lo atestiguan también antiguas inscripciones y, sobre todo, un hermoso oratorio que se eleva sobre la plaza principal de aquella ciudad.

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EL CORPORAL ENSANGRENTADO (BOLSENA, ITALIA, 1263)

Un sacerdote alemán, que se había. distinguido siempre por su profunda piedad, empezó a. ser acometido por crueles tentaciones contra la fe, que encontraban su escollo en el misterio de la. Presencia real. Después de haber recurrido al cielo con fervientes oraciones implorando en ellas la luz sobrenatural que había de devolver la paz a su espíritu turbado, hizo voto de ir en peregrinación a Roma, con el deseo de robustecer su fe vacilante, yendo a postrarse delante de la

tumba del Príncipe de los apóstoles.

De camino a la ciudad eterna, pasó por Bolsena, donde se encontraba el templo de Santa Cristina, dedicado a esta gloriosa virgen desde los primeros siglos de la. Iglesia. El atribulado sacerdote quiso celebrar el santo sacrifico en el altar de cuatro columnas, donde todavía se conserva la impresión de los pies de la ilustre mártir, milagrosamente grabada en el mármol. Llegado el momento en que el celebrante debe partir la Hostia, teniéndola suspendida sobre el cáliz, cuál no sería el estupor del sacerdote, al ver que el Pan consagrado tomaba el aspecto de una carne viva, que manaba sangre, gota a gota... El trozo que quedaba entre sus dedos, conservaba, sin embargo, su aspecto de pan, como para atestiguar que aquella hostia, súbitamente transformada en su aspecto exterior, era la misma que consagrada por él pocos momentos antes, ocultaba bajo las especies de pan,el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. La abundancia de sangre que manó fue tan grande, que llenó de manchas el corporal y empapó varios purificadores, con los que intentó contener su derramamiento. Tan estupendo milagro causó una emoción indecible, pero al mismo tiempo una íntima alegría en el ánimo del sacerdote, que reconoció, por una señal tan extraordinaria, que el Señor se había dignado escuchar sus oraciones. Por temor, empero, de causar escándalo a los fieles, enterándolos de sus amargas dudas, quiso guardar secreto acerca de lo ocurrido. Mas, en los designios de la providencia el asunto estaba dispuesto de diferente manera: al retirarse del altar, llevando sobre el cáliz, envuelta en el corporal, la hostia transformada en carne, gruesas gotas cayeron sobre las gradas del altar, y en todo el trayecto hasta la sacristía. De esta manera trascendió a la ciudad entera la noticia del milagro. Al tener conocimiento de él, informado por e1 mismo sacerdote, el papa Urbano IV, que residía en Orvieto, (1263), encargó a dos grandes lumbreras de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, para que certificacen la verdad del hecho denunciado, transladándose a Bolsena. Constatada 1a autenticidad. del milagro, la hostia prodigiosa, fue llevada con gran solemnidad a Orvieto, donde se conserva todavía, junto con los lienzos sagrados que ensangrentó, guardados en un. magnífico relicario de plata esmaltada, verdadero monumento de orfebrería de la edad media, obra de Ugolino de Vieri. El sacerdote, después de haber referido al Sumo Pontífice el milagro, con todos sus dolorosos antecedentes, siguió su viaje a Roma, para cumplir su voto, dando gracias de tan insigne favor, sobre la tumba de los santos apóstoles.

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LA HOSTIA MALTRATADA (PARIS, 1290)

Narran las crónicas de San Dionisio, el siguiente hecho extraordinario ocurrido en París, bajo el reinado de Felipe el Hermoso, corriendo el año 1290. Una mujer pobre había empeñado sus vestidos, en casa de un usurero judío de nombre, Jonatás. Algunos días antes de 1a Pascua, le suplicó que se los devolviese, para poder presentarse enla iglesia con más decencia, el día de la fiesta. Mostróse accesible Jonatás, consintiendo en la devolución definitiva de las prendas y aún renuncia de los intereses, con la condición de que la mujer le llevase una hostia consagrada. Horrorizada al primer momento ante la sacrílega propuesta, ya sea por torpeza, ya por avaricia, ella accedió: yendo a comulgar muy de mañana, sacó luego de su boca la sagrada hostia y la llevó a escondidas al israelita. Era este un triunfo inesperado para Jonatás, que se proponía renovar sobre aquella hostia, las atrocidades perpetradas por sus antepasados en la Pasión dolorosísima del Salvador. Sin perder un minuto, coloca la hostia sobre una mesa, y empieza a traspasarla a golpes de cuchillo. Espantado y furioso al ver que manaba sangre, la traspasa con un clavo a golpes de martillo: la sangre mana alderredor del clavo. En un arrebato frenético, el hombre arranca el clavo, y arroja la hostia en el fuego, creyendo poner término así a los prodigios y, por ende, a los acerbos reproches de su mujer, que los presenciaba con íntimo temor. Lejos de esto, la hostia milagrosa se eleva intacta de en medio de las llamas y empieza a girar por la habitación. La rabia de Jonatás aumentaba por momentos; lanzándose sobre la Hostia logra asirla atandola a un poste y descarga sobre ella una lluvia de azotes; ¡nueva flagelación! y nuevo milagro. A pesar de los golpes, la frágil hostia permanece intacta. Procura entonces en un supremo esfuerzo, cortarla en pedazos con un cuchillo de cocina: la hostia se conserva entera. Exasperado al comprobar su impotencia frente a aquel pedazo de pan, lleva la hostia a un lugar infecto y allí la sujeta a un poste con tres clavos, traspasándola luego con un golpe de lanza, que hace fluir todavía de ella. gran abundancia de sangre. Sin embargo, su furor no se da por satisfecho. Acababa, la mujer de Jonatás, de poner al fuego una caldera de agua hirviendo; el malvado desclava entonces el Pan del Cielo, del poste donde lo había fijado y, lo echa en la caldera. El agua se tiñe de sangre, y la sagrada hostia elevándose en el aire, deja ver al hombre, a su mujer y sus hijos, la imagen de Cristo crucificado. Aquí el furor de Jonatás llegó hasta el colmo: la hostia era verdaderamente Dios. Aquel espectáculo lo fuerza a reconocerlo… Temb1ando de horror y medio enloquecido, huye de aquel lugar y va a esconderse en el sótano...

Llamaban en aquel mismo momento las campanas de la iglesia cercana, y los fieles en gran número se dirigían a ella. El niño, hijo de Jonatás, que había sido testigo de lo sucedido en su casa, vivamente impresionado por lo presenciado, corre a la calle y, al ver tanta gente que iba a la iglesia, detiene a algunos compañeros suyos diciéndoles: “No os deis tanta prisa; ¿para qué vais a la iglesia?, no sabeis que mi papá ha torturado a vuestro Dios y acaba de matarlo?

Estas palabras excitaron la curiosidad de una mujer que pasaba, la cual, con el pretexto de calentarse al fuego, entró en la casa de Jonatás y ¡cuál no sería su impresión, al ver el crucifijo sangrando sobre la caldera! Cayendo de rodillas adora consternada al Señor haciendo la señal de la cruz.

Al divulgarse la noticia de tan estupendo milagro, el pueblo en masa invadió la casa de Jonatás apoderándose de él y de su familia par conducirlo delante del tribunal de obispo. Allí confesó su crimen con todas sus horribles circunstancias, siendo luego condenado por el tribunal civil a ser quemado vivo en la plaza de Grève. El sacrílego no dio la menor señal de arrepentimiento, antes bien, se encaminó al suplicio con el corazón lleno de odio y la blasfemia en sus labios. Su mujer y sus hijos, en cambio, se convirtieron ante lo estupendo del milagro. La casa del condenado fue demolida, levantándose en el mismo sitio una capilla y un convento. La hostia milagrosa, encerrada en un sol de oro, se guardó con grandes honores en la iglesia de San Juan de Grève. Lamentablemente, todos estos monumentos de la Presencia real fueron arrasados en tiempos de la revolución francesa. Y el lugar, consagrado por tantos milagros, se ha convertido en una capilla luterana.

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SAN JACINTO HUYE DEL FUROR EE LOS TARTAROS (KIEV, RUSIA, 1290)

Una furiosa invasión de tártaros se descargó sobre la ciudad de Kiev, en Rusia, cuando San Jacinto, que había fundado allí un monasterio de la Orden Dominicana, se disponía a volver a Polonia.

Aterrados los religiosos al sentir a los infieles forzando ya las puertas del monasterio, recurrieron a San Jacinto que se encontraba en la iglesia, acabando de celebrar el santo Sacrificio. Reconocida la necesidad de la fuga, el santo, revestido de sus hábitos sagrados, saca del Tabernáculo el Santísimo Sacramento guardado en el copón que lleva consigo. Salía ya de la iglesia, estrechando fuertemente tal tesoro, cuando oye una voz suave que le dice: "Jacinto, hijo mío, ¿cómo es posible que vayas a huir del furor de los tártaros y me dejes a mí, expuesta a sus ultrajes?". Era una estatua de gran tamaño esculpida en alabastro, representado a la Sma. Virgen, que milagrosamete le había hablado. El santo, fijó en ella su mirada y como no concibiese la posibilidad de cargarla, por su enorme peso‘: "Llévame, prosiguió la estatua, mi Hijo a quien tienes en brazos, hará que mi peso se aliviane". Entonces San Jacinto, sin vacilar, teniendo en su diestra el Copón, toma en la otra mano la estatua de María, que no pesa más que una fragil caña, y escoltado por los demás religiosos, atraviesan sanos y salvo por las hordas salvajes que devastan la ciudad. Debiendo cruzar el rio Borysthene (hoy Dnieper), no encuentran barca. San Jacinto, bendice entonces las aguas con su doble peso, y resueltamente camina sobre ellas, seguido por sus religiosos. Por un nuevo prodigio, a pesar de la impetuosidad de su corriente, por mucho tiempo se conservó en el río, la huella de los pasos del santo.La estatua de la Virgen, que, por la virtud del Smo. Sacramento, habíase tornado tan liviana, recobró su peso al ser depositada por el santo en la iglesia de Cracovia, donde se conserva. aún en nuestros días, rodeada por una. veneración que obtiene frecuentes milagros.

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LAS MARAVILLAS EUCARISTICAS DE LOURDES

La roca. de Massabielle, consagrada por las apariciones, diez y ocho veces repetidas. de la Inmaculada Virgen María, es el lugar privilegiado donde continuamente se están realizando los más estupendos milagros eucarísticos, compláciéndose el divino Salvador en mostrar, por el divino Sacramento, su poder omnipotente sobre el cuerpo y el alma humana, obrando prodigiosas curaciones físicas, y no menos admirables transformaciones morales.

En el año 1888, se inauguraron en Lourdes las solemnes procesiones del Smo. Sacramento. Pues bien, desde ese momento, puede decirse que aquel rincón privilegiado de Francia quedó convertido en una nueva Jerusalén, donde continuamente siguen renovándose las escenas y maravillas del Evangelio: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos quedan limpios, y los que estaban en el umbral del sepulcro, vuelven, por decirlo así, a la vida, llenos de nuevo vigor. Al pasar junto a ellos, Jesús, nuestro Salvador se complace en manifestar, por medio de favores tan insignes, cuán aceptos son los homenajes que se tributan a su Madre María. Feliz ha sido la idea de acompañar la imagen de Ntra. Señora del Santísimo Sacramento con los dos vitrales que ponen en relación inmediata el culto de la Madre con el culto del Hijo Sacramentado.

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PROFANADORES (DEGGENDORF, BAVIERA, 1337)

Un prestamista buscaba desde hacía tiempo el modo de conseguir algunas hostias consagradas. Una sirvienta, que le había consignado en prenda sus mejores trajes, prestóse á facilitar sus sacrílegos designios. Dirigiéndose a la iglesia de San Martín, en Deggendorf, pueblo bárvaro de su residencia, durante diez mañanas consecutivas acercóse a recibir, confundida con los fieles, la sagrada comunión; mas, apenas el sacerdote depositaba en su boca el pan consagrado, lo retiraba de ella, envolviéndolo enseguida en un pañuelo. Reunidas por esta criminal estratagema diez hostias, va a llevarlas al judío prestamista, de quien obtiene gratuitamente la devolución de sus ropas. La justicia divina no se hizo esperar: apenas la infeliz había pisado el umbral de la casa, cuando cayó sin vida, como fulminada por un rayo. Podía este patente castigo haber influido sobre el ánimo del judío; mas no fué así. Reuniéndose con varios compañeros, se propusieron desahogar su odio contra Jesucristo, presente en la Eucaristía. Poniendo sobre una mesa las hostias consagradas, empiezan a acribillarlas a cuchilladas, pero a cada pinchazo brota una gota de sangre; intentan entonces despedazarlas, golpeándolas con las espinosas ramas de un rosal silvestre: las sagradas especies continúan intactas y al mismo tiempo aparece delante de ellos un gracioso niño que, con una sonrisa mezclada de indecible tristeza, reprochaba a aquellos malvados su odiosa crueldad.

Ellos arrojan entonces las sagradas hostias en el fuego: consérvanse ilesas en medio de las llamas, y de nuevo se les aparece el hermoso niño. Lejos de conmoverlos, esta visión aumenta su rabia. Ponen las hostias sobre un yunque, y quieren aniquilarlas con el enorme peso de un martillo de herrería: ¡todo en vano! Aparecen repentinamente rayos de luz, en medio de los cuales nuevamente se deja ver el niño, cuyas gracias y dulzuras parecen implorar su compasión. Un terror indescriptible apodérase entonces del ánimo de estos malvados. Para hacer desaparecer hasta el menor rastro del sacramento, intentan comer las hostias: apenas las acercan a su boca sacrílega, se cambian en un niñito que se revolvía entre sus manos. Llenando, por fin, una bolsa, con sustancias venenosas, ponen en ellas las sagradas hostias y las arrojan en un pozo que tienen a su alcance, creyendo hacer desaparecer así todo vestigio de su crimen: algunos días después el agua del pozo se hallaba contaminada y causaba la muerte a cuantos bebían de ella; además, en el silencio de la noche dejábanse oir plañideros gemidos que partían del mismo pozo . Todas las sospechas recayeron sobre estos hombres, a quienes se conocía capaces de cualquier atentado; hasta que al fin uno de ellos que conocía la horrible historia sin haber sido cómplice, reveló con todos sus detalles la profanación perpetrada contra la Eucaristía. Los principales del pueblo reuniéronse presurosamente, y apresando a los sacrílegos les aplicaron rigurosa justicia. Las hostias fueron halladas intactas en el fondo del pozo; construyóse una iglesia en su honor, y en ella fueron expuestas a la adoración de los fieles: allí se conservan, algo amarillentas por la acción del tiempo, pero siempre intactas. Deggendorf es, por causa de ellas, un lugar de perigrinación muy renombrado.

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EL MILAGRO DE LOS PECES (ALBORAYA, marfil, 1348)

El cura de la pequeña aldea de Alboraya, reinado de Valencia, había sido llamado para administrar el Santo Vïático a un enfermo del pueblo de Almazera .Para llegar allí debía cruzar un arroyo, que ordinariamente era de escasa profundiad, hallábase sin embargo, en aquel momento, algo crecido por efecto de abundantes lluvias. El buen sacerdote creyó poderlo atravesar como de costumbre, sin mayor dificultad; pero falló su pié y, al vacilar, cayó al agua el pequeño copón, donde llevaba guardadas dos hostias. Desconsolado, despues de intentar en vano encontrarlo entre las aguas, corrió al pueblo vecino, llevando la noticia de la desgracia que acababa de ocurrirle. Muchos fueron los que, al saberlo, se ofrecieron a ir con él, para ayudarle a recuperar el tesoro perdido. Buscóse penosamente, y finalmente se encontró el copón, abierto y vacío. El gozo que empezara a insinuarse mudábase ya en desolación, cuando he aquí que el Señor quiso procurar a aquel devoto pueblo, por medio de un singular prodigio, un consuelo inesperado. Dos peces asoman subitamente la cabeza sobre la superficie de las aguas: cada uno lleva en su boca una de las hostias desaparecidas. Los pescadores, que fueron los primeros en notar la maravillosa aparición, por respeto no osaron acercarse; pero los peces permanecieron en la misma actitud, dando tiempo a que se organizase una procesión para llevar con honor el divino Sacramento. Cuando el sacerdote, revestido con sus ornamentos y escoltado por el pueblo llevando antorchas encendidas, se acercó al borde del arroyo, los dos peces se aproximaron a él, y casi salieron del agua para entregarle la Hostia que cada uno de ellos tenía intacta en su boca. Para mayor evidencia del milagro, las hostias se encontraron sin la menor huella de humedad, perfectamente secas, a pesar de haber pasado varias horas en el fondo del arroyo. Los peces, luego de haber hecho entrega de su tesoro, se alejaron con movimientos de alegría, como si hubieran comprendido el honor que les había cabido. El pueblo, formando escolta de honor y, haciendo vibrar los aires con himnos de acción de gracias, acompañaron procesionalmente al Smo. Sacramento hasta la parroquia de Alboraya, en cuya iglesia se han conservado las hostias incorruptas, como testimonio del prodigio. Para satisfacción de los habitantes de Almazera, lugar donde era llevada la Comunión, se les donó el pequeño copón, que conservan piadosamente en recuerdo de este hecho memorable.

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EL CRIIMEN DE LA SINAGOGA (BRUSELAS, año 1370)

La iglesia de Santa Gúdula, en Bruselas, tiene una capilla del SantísimoSacramento del milagro, en la que se veneran todavía tres hostias, conservadas desde el siglo XIV y que, después dehaber sido profanadas, han sido fuente de continuos beneficios para los fieles que las honran.

Un acaudalado judío de la ciudad de Enghien se distinguía por su odio contra los cristianos. Habiendo sabido que un correligionario suyo, había simulado convertirse al cristianismo, se apresuró a sobornarlo para que le procurase algunas hostias consagradas. El miserable falsario se trasladó a Bruselas, entró en la iglesia de Santa Catalina, situada en las afueras de la capital, muy aislada, y forzando el Tabérnáculo sacó el copón, que encerraba seis hostias consagradas, las que fueron recibidas con alegría por el instigador del sacrilegio. Éste no pudo darse el placer de profanar a sus anchas los santos Misterios, pues a los pocos días de tener en su poder las sagradas formas, fué alevosamente asesinado en el jardín de su propia casa. La mujer, espantada, juzgó que este trágico fin era un castigo del Cielo y temiendo ser herida a su vez, por haberse hecho cómplice de la impiedad de su marido, partió de Enghien y se dirigió a Bruselas, haciendo allí entrega del sagrado copón a sus correligionarios. Reunióse con tal motivo el Sanedrín. Deliberándose sobre lo que había de hacerse con el Pan de los cristianos, llegóse a la conclusión de que, el día lO de abril, que correspondía al Viernes Santo, se congregarían nuevamente en la Sinagoga, para ultrajar y profanar ese Pan, en el que los cristianos veneran a aquel mismo Jesucristo, a quien sus antepasados crucificaron.sobre el Calvario. El día fijado, tomaron las hostias, las esparcieron sobre una mesa y, enfurecidos en su impiedad, empezaron a preferir delante de ellas las más excecrables blasfemias contra Cristo y su religión. Pasando luego de las palabras a los hechos, armáronse con cuchillos y puñales y acribillaron a golpes el signo del Sacramento. Mas, al punto, a cada puñalada brotó sangre de las hostias, en tal abundancia que inundó la mesa, y corrió hasta manchar las ropas de los profanadores. Es de imaginar el espanto que tal prodigio les causaría: las armas cayeron de sus manos, repentinamente se apoderó de ellos un violento temblor, que los derribó por tierra, como otrora a los soldados en el huerto de Getsemaní. Sin embargo, ninguno de ellos tuvo el pensamiento de adorar, a Aquel que tan visiblemente les demostraba su divinidad: todos ellos permanecieron obstinados y, pasado el terror del primer momento, sólo pensaron en alejar de sí el misterioso pan; resolviendo enviar las hostias a los judíos de Colonia. Una mujer se encargó de llevarlo; mas, apenas se halló en posesión del sagrado depósito, se sintió torturada por angustias tan crueles, que decidió a entregarlo sin demora al cura de Notre Dame de la Chapelle, relatándole lo ocurrido, con todos sus pormenores. Informado, a su vez Wenceslao de Brabante, príncipe de Bohemia, ordenó la prisión de los culpables, los cuales, convictos del sacrilegio, recibieron el castigo que su crimen merecía. La sentencia fué ejecutada en Bruselas la víspera de la Ascensión , del año 1340.

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EL SANTISIMO SACRAMENTO EN UNA FLOR (ETTISWYLL, SUIZA, SIGLO XV)

El cura de Ettiswyll, en el cantón de Lucerna (Suiza) llevaba el viático a un enfermo. Debiendo recorrer unos caminos, que por causa de extraordinarias lluvias se habían vuelto intransitables,llegó penosamente a un punto que se hallaba convertido en un verdadero tembladeral. A pesar de todo su cuidado, el buen sacerdote no pudo mantener su equilibrio, cayendo con tan mala suerte, que en la sacudida se le abrió el copón y la sagrada hostia cayó al pantano, sin que fuese posible hallar rastro de ella. Profundamente consternado por este percance, cuya responsabilidad asumía en su conciencia, el sacerdote se arrodilló en medio del barro y gimiendo formuló esta oración: "Apiádate de mí, Señor, te lo suplico: no me levantaré de este lugar, hasta que no me muestres dónde ha ido a parar el Santísimo Sacramento..." El Señor no pudo resistir a esta humilde súplica, dictada por una fe tan encendida. Del medio del fango empieza a surgir repentinamente una plantita, que lleva en su extremidad un botón, y poco a poco, ante la mirada estupefacta del sacerdote, va elevándose más y más aquel tallo. El botón va asimismo aumentando su volumen, luego empieza a entreabrise, hasta mostrar una magnífica flor, de color y perfume incomparables: en el cáliz de aquella flor exótica, brillaba en su blancura la sagrada hostia. Fácil es imaginar la alegría con que el sacerdote recogió el Sacramento, salvado de manera tan prodigiosa, y continuó su camino hacia la casa del moribundo a quien iba a auxiliar. El recuerdo de este milagro, que muchos autores relatan, se halla perpetuado en un magnífico cuadro que se conserva en la iglesia de San Lorenzo em Milán.

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LA HOSTIA SALVADA DE LAS AGUAS (AVIÑON , Año 1433)

En tiempos de Luis VIII, padre de San Luis, los albigenses adueñados de varias ciudades importes del Languedoc, se habían reunido en Aviñón. A pedido del Papa Honorio III, el rey sitió la ciudad, la cual se entregó al cabo de tres meses, el 8 de Septiembre de 1226. Como los albigenses negaban la presencia real de Jesucris to en la Eucaristía, Luis VIII quiso festejar la victoria obtenida, tributando al Salvador del mundo un solemne homenaje de reparación, por los ultrajes recibidos en el Santísimo Sacramento. Tal fué.e1 origen de la fundación de la exposición perpetua del del Smo. Sacramento, en la capilla de ia Santa Cruz, en Aviñón; privilegio que, desde aquella época, ha disfrutado siempre, excepto durante el azaroso período de la revolución francesa. Pues bien, parece que el Señor hubiera querido mostrar cuán aceptos les fueran los homenajes que en aquella ciudad se le tributaran, haciéndola teatro del estupendo prodigio que a continuación vamos a relatar. Durante el año 1433, la extraordinaria abundancia de lluvia produjo el desborde del Ródano y de sus afluentes, ocasionando una seria inundación en los barrios bajos de Aviñón, ciudad que es cruzada por uno de los brazos del río Sorgue. El 29 de Noviembre, las aguas penetraron el la capilla de los Penitentes grises, que se eleva sobre la ribera del Sorgue. Durante la noche, la inundación asumió tan vastas proporciones, que muy de mañana, los superiores de la cofradía se dirigieron en un bote a la capilla, temerosos de que el agua hubiese llegado hasta el nicho, donde el Santísimo Sacramento se conservaba expuesto.

Abiertas las puertas; cuál no sería su estupor al constatar que las aguas, como otrora las corrientes del Mar Rojo y el Jordán, se habían dividido en dos alas, dejando libre y absolutamente seco, el paso que conducía al altar. El prodigio se les reveló todavia más estupendo, cuando llegados al altar, cuya base descansaba sobre el nivel del piso, lo encontraron enteramente preservado del avance de las aguas. El efecto que éstas causaban al.alzarse junto al muro, semejaba gallardas colgaduras y en su parte más alta se encorvaban formando como una especie de techumbre. Asi lo describen los relatos que se conservan en los archivos de la hermandad. Para perpetuar la memoria de este milagro; la devota cofradía decidió que en lo sucesivo se celebrase cada año el aniversario de aquel dia, con una fiesta particular. Esta tiene lugar el 30 de noviembre, fiesta de San Andrés.

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SAN CAYETANO, (Año 1517)

Este vitral reproduce el favor singularísimo que fúe acordado por e1 Señor a San Cayetano, en recompensa de la devoción con que acostumbraba celebrar cada dia el santo Sacrificio dc de la Misa. Encontrándose el santo en la Basílica de Santa María la Mayor; en la noche de Navidad adorando con gran fervor al Salvador recién nacido, con profunda devoción y confianza acercándose a venerar la reliquia del Pesebre que allí se conserva, cuando he aquí que la Virgen Madre, apareciéndose deposita en brazos de San Cayetano el fruto bendito de su casto seno: el niño Jesús. Como se observa en el vitral, San José acompaña a María, su esposa en esta aparición.

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SAN JOSE

Según una piadosa tradición, por el incomparable privilegio que Dios concedió al Santo Patriarca, de exhalar su postrer aliento en brazos de Jesús y María, los fieles lo invocan con gran confianza como patrón de la Buena Muerte. Y, en efecto, son innumerables los casos en que por intercesión de San José se han obtenido conversiones extraordinarios, aún en enfermos endurecidos en el pecado o almas desamparadas, a quienes ha alcanzado inesperadamente la gracia de recibir los últimos sacramentos; habiéndose aparecido él nismo muchas veces, personalmente, para procurar a sus devotos el supremo consuelo y beneficio del Santo Viático. Una de estas escenas se halla reproducida en el segundo de estos vitrales, que nos presenta a un morihundo en el acto de recibir la sagrada Eucaristía, bajo la mirada de San José.

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LA HOSTIA RESPLANDECIENTE EN EL AIRE (TURÍN, Año 1453)

Corría el año I453 cuando, a causa de ciertas hostilidades suscitadas entre piemonteses y franceses, se produjo una lucha sangrienta a la que siguió el saqueo de la aldea de Exilles, por la soldadezca de Luis de Saboya. En medio del desorden, un ladrón penetró en la iglesia parroquial y, entre otros objetos sagrados, sustrajo una custodia que contenía una hostia consagrada. Cargado el sacrilego botín en las árganas de un mulo, el malhechor emprendió presuroso la fuga, atravesando Susa y Rívoli sin ningún contratiempo. Entrado en la ciudad de Turín, al llegar a la iglesia de San Silvestre, hoy del Espíritu Santo, situada en el centro mismo de la ciudad, el mulo se detiene y, ni los latigazos ni los gritos, consiguen hacerle dar un paso más. No se imaginaba el malhechor, la manera maravillosa con que el Señor tenía dispuesto descubrir su robo. Subitamente el mulo dobla sus patas delanteras, arrodillándose y, por el impulso mismo de este movimiento se entreabren las árganas, se asoma la custodia, que luego se eleva milagrosamente a gran altura, y allí se queda fija, irradiando la sagrada Hostia resplandores más brillantes que el mismo sol. La noticia de tan estupendo prodigio se difundió por toda la ciudad con la rapidez del relámpago, atrayendo una multitud innumerable que, de rodillas y con los brazos en alto, llenaba el espacio con sus aclamaciones entusiastas y fervientes. Informado el obispo, Mons. Luis de Romagnano, después de haberse cerciorado seriamente de la importancia del hecho, se trasladó al lugar, precedido por los canónigos de la Catedral. A la llegada del sagrado cortejo, nuevo prodigio: despréndese la hostia de la custodia, que cae por tierra y sola, sigue irradiando desde la altura sus claridades, cual astro de paz y bendición. Tomando entonces el obispo un cáliz en sus manos, de rodillas lo sostiene elevado debajo, del sacramento del milagro, repitiendo al mismo tiempo este clamor: “Mane nobiscum Domine”: “Señor, quédate con nosotros”, mientras el pueblo prosigue en sus rezos y aclamaciones. Ante tales instancias, accede el Señor Sacramentado: concentra los rayos luminosos, y lentamente inicia su descenso, hasta ir a posarse sobre el cáliz; en medio del frenético entusiasmo de la multitud, que triunfalmente lo fue escoltando hasta la Catedral. La hostia milagrosa se conservó allí por algún tiempo, construyéndose un tabernáculo especial para guardarla con más honor. Algunos años más tarde, como llegara de Roma la orden de consumir dicha hostia, el pueblo de Turín, para perpetuar la memoria del estupendo prodigio, erigió en el lugar mismo del suceso, la iglesia de Corpus Domini; que cual monumento histórico va repitiendo a las generaciones futuras la autenticidad del milagro eucarístico. Por lo cual la capital del Piemonte se denomina la Ciudad del Santisimo Sacramento.

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LA POSESA NICOLASA DE VERVINS (LAON, Año 1565)

El caso de la posesa Nicolasa, no fué un solo milagro del Smo. Sacramento, sino una serie de muchos milagros en uno, repetidos durante cinco meses consecutivos, y que tuvieron su final delante de cincuenta mil espectadores, católicos y protestantes, en la época en que el Protestantismo rechazaba y combatía el dogma de la Presencia real, y los hugonotes cometían los más furiosos atropellos contra la Iglesia y sus ministros, profanando, en particular, las hostias consagradas, con los refinamientos de la impiedad más desenfrenada. Nicolasa Aubry, nació en Vervins (Francia), el Jueves Santo del año l549 de padres católicos bien reputados y acomodados. Desde los pimeros años se mostró siempre buena, sencilla y de carácter dulce. A los diez y seis años, contrajo matrimonio con un buen hombre de su condición. Al poco tiempo Nicolasa fué invadida por una enfermedad extraña, cuya causa nadie pudo determinar. Por permisión divina el demonio se había adueñado de su cuerpo, sin ejercer, sin embargo, ningún imperio sobre el alma de la humilde joven, que conservó siempre intactas su inocencia y hermosura. La única razón de la posesión de Nicolasa, fué la de hacer brillar la gloria de Dios en el misterio de la divina Eucaristía, contra los herejes que negaban la Presencia real del Salvador.

Después de haber reconocido, por todos los efectos y señales, que se trataba de un caso de posesión diabólica, iniciáronse solemnemente los exorcismos en la iglesia de Vervins, el 3 de diciembre, del año 1565. Ensayadas sin mayor éxito, varias formas de conjuros, exorcismos, signos de cruz, agua bendita, etc., Dios inspiró al religioso encargado de ello, que se valiese del Smo. Sacramento. Atraída por el interés que el caso despertaba, más de las tres cuartas partes de la población de Vervins, (entre ellos había católicos y protestantes), se congregó esa mañana en la iglesia. Celebrada la misa mayor, el P. Motta predicó, invitando a la concurrencia a devoción, mandando luego a buscar a Nicolasa. Cuando se le comunico a ésta el llamado, hallábase tranquila, pero al momento fué presa del demonio. Apenas el sacerdote acercó a la posesa la sagrada hostia, guardada en una.bolsa de corporales, dejóse oir un crujúr de huesos como si un bastón se quebrara en muchos pedazos. Cuando el sacerdote pronunciaba la fórmula: "Yo te conjuro Satán, lo mismo que a tus compañeros, a que salgas del cuerpo de esta criatura de Dios, por la virtud y en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, y por la presencia de su precioso Cuerpo, que está encerrado en este Sacramento", el demonio se agitaba furioso, echaba pestes rugiendo como una bestia feroz. Hinchaba el vientre, los ojos, la garganta y la lengua de la pobre Nicolasa, haciéndola adoptar figuras horribles, mientras él lanzaba tan horrorosos gritos que se oian desde lejos y causaban espanto aún en los que no podían acercarse a la iglesia, por estar completamente llena. Durante los conjuros, Satanás confundió más de una vez a los protestantes, reprochándoles su incredulidad y predicándoles la fe en la Presencia real. Por otra parte las violentas contorsiones que se producían al aproximarse el Santísimo Sacramento a la pobre Nicolasa, fueron una confesión muda que el maligno renovó repetidas veces, aportando pruebas cada vez más evidentes en pro del dogma católico, en el curso de este proceso. De Vervins, Nicolasa fue trasladada a Liesse, donde fueron expulsados de su cuerpo veintiseis demonios, por intercesión de la Madre de Dios y la virtud de la Eucaristía, según lo confesó el mismo Satanás; declarando asimismo "que todavía quedaban tres, dentro de ella, entre ellos Belzebú, príncipe de los demonios; y que no cedería sino en Laon, y ante el Obispo de aquella ciudad". Nicolasa fue entonces conducida a Laon, donde llegó el 24 de enero de 1566, después de una penosa travesía en carreta, durante la cual reiteradas veces hubo de conjurarse al demonio con la hostia consagrada. El Obispo del lugar, Mons. Juan de Boun, gran capellán del rey de Francia hizo construir un inmenso tablado delante de la iglesia, a fin de que sirviera como escenario para los exorcismos y pudieran hacerse éstos a la vista de los miles de espectadores acudidos de todos los puntos de Francia. El mismo Obispo de Laon dispensó todas las leyes sobre uso del Sacramento en este caso; y continuamente, día o noche, la Eucaristía permanecía cerca de la infeliz Nicolasa, para que velara sobre ella; los sacerdotes acudían constantemente para darle la Comunión, de noche o de día, cada vez que el demonio le hacía sufrir sus fieros ataques, siendo ese el único medio de calmarla. Hubo muchos días en que fué preciso dar la comunión a Nicolasa hasta cinco y seis veces. En Laon, fueron llamados, algunos médicos católicos y también hugonotes, para examinar el caso. Este examen llenó de confusión a los herejes, pues muchos médicos se convirtieron durante las experiencias mencionadas. Entre tanto, se acercaba el momento en que debía brillar la victoria de la divina Eucaristía sobre el infierno. Apretábanse las muchedumbres cada día más numerosas, ávidas de contemplar un espectáculo tán extraño y a la vez tan consolador. Tanto para corresponder a los sentimientos del pueblo, como para conjnrar los males con que Satán atormentaba a Nicolasa, el Obispo ordenó que se hicieran procesiones solemnes con el Smo. Sacramento. El martes 5 de febrero de 1566 se decidió que se celebraran cada día dos procesiones en el interior de la catedral. Por fin llegó la hora de la liberación de la pobre Nicolasa. Era el viernes 8 de febrero de 1566.

La primera procesión se había celebrado en la mañana. El Obispo había convocado, como lo exigiera el demonio, a todas las autoridades eclesiasticas y civiles. Hecha la segunda procesión de la tarde, se hizo subir a la posesa al tablado, donde el obispo haría los exorcismos. A eso de las tres de la tarde acabó el último conjuro en esta forma: "Ya no te preguntaré más cuándo has de salir, sino que te haré salir ahora mismo, por el poder de Dios vivo, y por el precioso Cuerpo de Jesucristo, su amado Hijo, aquí presente". - “Sí, respondió el demonio, yo lo confieso, aquí está verdaderamente el Hijo de Dios. El es mi dueño". Y repitió con gran furia, que llenó de consternación a aquella inmensa muchedumbre: "Sí, verdaderamente, yo saldré en virtud de ese cuerpo de Dios. No tengo más remedio que salir y confesar esta verdad, pero no por mi gusto, sino porque mi Dueño y Señor me lo manda y ordena". Esto lo repitió tres veces. Entonces, tomando el Obispo de la patena la hostia consagrada, y manteniéndola elevada, dijo así al demonio: "Oh Belzebú, espíritu maligno, mortal enemigo de Dios, mira este precioso Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, tu Dueño, Yo te ordeno, en el nombre y en la virtud del Cuerpo de Nuestro Salvador y Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, aquí presente, que salgas inmediatamente del cuerpo de esta pobre criatura”. Los huesos de la posesa crujieron más que nunca; las doce o quince personas que la sostenían no pudieron impedir que se agitara de aquí para allá. El pueblo por su lado, clamaba: “¡Jesús, misericordia!”. El diablo salio por fin y la dejó como muerta, no sin haber resistido e intentado varias veces volver a entrar en ella, al abandonarla definitivamente, vencido por el poder y mandato del Redentor, Belzebú se escapó entre llamas y al estruendo de dos espantosos truenos, como lo atestiguan los habitantes de Laon. Nicolasa levantó su brazo derecho, para demotrar que se hallaba totalmente curada. El Obispo le dió entonces en Comunión la misma hostia que acababa de arrojar de su cuerpo al demonio. A este milagro siguió una solemne procesión con el Smo. Sacramento en la iglesia, dando todos gracias con gran devoción y ternura a Dios Nuestro Señor, que tan importante prueba acababa de dar del poder y eficacia del sacramento eucarístico.

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LA HOSTIA SALVADA DE LAS LLAMAS (FAVERNAY, Año 1608)

Con el fin de contrarrestar las blasfemias que los herejes de los alrededores proferían contra la divina Eucaristía, los Benedictinos de Favarnay establecieron, en la iglesia de su abadía, el culto de las Cuarenta Horas, hacia fines del siglo XVI, y el Papa Clemente VIII concedió benignamente una indulgencia plenaria, a los fieles que visitaran dicha iglesia el día de Pentecostés y los dos días subsiguientes. Preparóse un sitio especial, para exponer con la mayor solemnidad el Santísimo Sacramento, que se vió rodeado por numerosos adoradores toda la noche del Sábado al Domingo, 25 de mayo de 1608. En la noche del mismo domingo al lunes no sucedió lo mismo, y como faltaran los adoradores, el religioso sacristán, que había velado solo hasta las once de la noche, abrumado de fatiga y de sueño resolvió ir a descansar un rato: apagó, por lo tanto los cirios y dejando sólo las lámparas se retiró a su celda. A las tres de la madrugada, se levanta de nuevo y al abrir lapuerta del claustro que lleva a la iglesia, siéntese asfixiado por humo. Entra. A pocos pasos delante de él, en el lugar de la exposición, ve los últimos restos que habían quedado aún bajo las llamas, próximas ya a extinguirse. Se había producido un incendio. Nadie pudo explicárselo. Atemorizado por lo que pudiera acusársele de negligencia, y espantado al pensar que las santas especies hubieran sido consumidas por las llamas, precipítase en el claustro y, a grandes voces, llama a los religiosos, que al punto acuden alarmados. Llegados al lugar del siniestro ven que el tabernáculo ha desaparecido; la mesa está carbonizada; tres cuartas partes del baldaquino han sido destruidas por el fuego; uno de los candeleros se halla fundido por el calor de las llamas, y el otro se ve por tierra partido en dos. El mármol sobre el cual descansaba el ostensorio, se distingue en medio de los tizones, partido también en tres pedazos. De repente, en medio de la humareda, a las primeras claridades del amanecer, un novicio ve el ostensorio, suspendido y como sujeto a la reja del coro. Dom Garnier, el sacristán, tiende sus brazos como para asirlo, y ver lo que había sido de las santas especies; mas, su compañero lo detiene, haciéndole ver lo extraordinario del hecho. Una discusión se origina con tal motivo: Dom Garnier hubiera querido mantener ocultas las consecuencias de su descuido, pero se le.advierte con insistencia que es imposible. El vecindario, convulsionado por las voces de alarma, se ha agolpado delante de la abadía al divisar el humo. Penetra la muchedumbre a la iglesia y, al acercarse a la reja, viendo el ostensorio suspendido y la hostia conservada intacta por encima de los restos todavía humeantes del incendio, clama: ¡milagro!... y postrándose adora con entusiasmo la hostia conservada en medio de as llamas. Pasado el primer momento de estupor, los religiosos deciden dejar todo como se encuentra y mandan llamar a los Capuchinos, recientemente establecidos en Vesoul, renombrados por su ciencia teológica y sus virtudes. Durante todo aquel tiempo, el milagro continúa; ochocientos habitantes de Favernay son testigos, y difunden la noticia hasta las aldeas próximas. En el espacio de las treinta y tres horas que duró el prodigio, desfilaron ante él, de nueve a diez mil personas, habiéndose tomado precauciones tan minuciosas para constatar la realidad del mismo, que ni los herejes se atrevieron a negarlo. El martes 27 de mayo de l608 el ostensorio se posó suavemente sobre un corporal colocado debajo, y que se conserva en la iglesia de Nuestra Señora, en Besancon. De todas partes empezaron a disputarse luego las reliquias del milagro. Por orden de los archiduques, fué cedida una de las hostias milagroas a la ciudad de Dôle, capital de la provincia. Sus habitantes en número de cuatrocientos, la transportaron procesionalmente el 15 de diciembre de 1608.

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LA FRACCIÓN DE LA HOSTIA (ASTI, Año 1533)

El 25 de julio de 1533, la Iglesia de San Marcos, en Asti, fué el lugar de un milagro, que el sabio Ughelli refiere en los siguientes términos: Celebraba la Misa un sacerdote en el altar de San Segundo, cuando, llegado el momento de la fracción de la hostia, vió que los dos fragmentos, a medida que los partía, se iban humedeciendo y dejaban brotar, poco a poco, pequeñas gotas de sangre. Algunas de estas gotas cayeron en el cáliz, otras sobre la patena. Y observó con estupor el celebrante, que los dedos con que sostenía la hostia estaban teñidos de sangre. Fue tal el terror el sacerdote al ver esto, que no pudo continuar la celebración, y comenzó a temblar tan violentamente que los asistentes corrieron al altar para prestarle auxilio. ¡Pero cuál no sería su sorpresa cuando vieron el prodigio que acababa de realizarse! Al momento, los fieles, en un arranque de fe, cayeron de rodillas para adorar al Redentor, que así revelaba su presencia en el altar, implorando su divina misericordia. Apenas terminada la plegaria de este pueblo fiel, las dos partes de la hostia milagrosa recobraron su color natural, sin que apareciera ya ningún rastro de la preciosa Sangre. La noticia del milagro se esparció rapidamente por toda Italia. Al año siguiente el Soberano Pontífice Paulo III, poco después de su elevación al pontificado lo confirmó con su autoridad, y abrio el tesoro de las indulgencias para los que visitaren el altar de San Segundo, donde Jesucrito había manifestado de una mnera tan maravillosa su presencia real en el Santísimo sacramento.

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EL MILAGRO DE LAS HORMIGAS (QUITO, año 1649)

El día 19 de enero de 1649, víspera de la fiesta del glorioso mártir San Sebastián, un grupo de miserables indigenas, no instruidos todavía en las verdades de la fe católica, impulsados por la codicia, cometieron un horrible sacrilegio en la iglesia de Santa Clara, situada en la ciudad de Quito (Ecuador). Los salvajes penetraron durante la noche y, forzando el tabernáculo, robaron la custodia y el copón con las hostias consagradas que contenía. Fácil es imaginar la consternación que este atropello produjo en la ciudad, tanto más, cuanto que el hecho era inaudito en aquellos tiempos de fe viva y ardorosa. La circunstancia de no haberse podido descubrir a los ladrones, ni dar con el paradero de las sagradas especies, aumentó más y más el dolor. Una tradición popular asegura, que el lugar donde habian sido ocultas las hostias fué revelado por las bestias de carga y otros animales que entraban y salían de la ciudad por el camino real: todos, en un punto determinado, se inclinaban hasta el suelo; como si, dotados súbitamente de razón, hubieran querido adorar, prosternándose, algún objeto misterioso. Este hecho singular serviría tal vez para orientar las empeñosas diligencias que se hacían para encontrar las hostias robadas: éstas fueran halladas bajo tierra, en un campo situado detrás del monasterio de Santa Clara. El augusto sacramento, así abandonado, no había sido hollado por pie alguno, ni había sido manchado por el polvo; hallábase en cambio, respetuosamente encerrado dentro de un extraño y curioso copón: un enjambre de hormigas habían formado en derredor de las Hostias, un surco en forma de custodia, y luego, a uno y otro lado los laboriosos insectos formaban guardia de honor a su Dios y Creador, como si quisieran defender las especies sacramentales contra una nueva profanación.

Este milagro entusiasmó la piedad de los fieles. El obispo de Quito, D. Agustín de Ugarte y Sarabia, ordenó preces públicas en reparación del sacrilegio y el pueblo respondió plenamente a sus exhortaciones. Narra un cronista que la ciudad entera se vistió de luto, y entre lágrimas y sollozos acompañó al clero que, procesionalmente, con los pies descalzos y una soga al cuello, fue a recoger las santas hostias. Separada por una callejuela, del monasterio e iglesia de Santa Clara, sobre las verdes y pintorescas faldas del Pichincha, se alza una graciosa capilla, conocida con el nombre popular de Capilla del Robo. Sobre uno de los muros del pórtico que la rodea, se ve una pintura, deteriorada por la intemperie que representa a la Virgea de los Dolores, contemplando con triste expresión las hostias esparcidas sobre el suelo.

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EL COPON DORADO (PEZILLA, FRANCIA, Año 1794)

En la octava de la Natividad de la Sma. Virgen, gracias al apostólico arrojo de su digno párroco, Jaime Pérone, la modesta aldea de Pezilla de la Riviera (diócesis de Perpignan) tuvo el inmenso consuelo de ver abrirse de nuevo las puertas de su iglesia, que fueran cerradas por las tropelías de la revolución, y los fieles con íntima alegría pudieron asistir al Santo Sacrificio. El celeso pastor, desterrado de su parroquia, aprovechó, sin duda, una breve tregua en medio de la borrasca, y desafiando graves riesgos, tuvo la santa audacia de volver a visitar su grey, para infundirle aliento en medio de tan ruda prueba. Mas, su visita fué de corta duración: dos días después, las hordas revolucionarias, más enfurecidas que nunca, lo arrancaban de nuevo de su feligresía. Al emprender definitivamente camino hacia el destierro, dirigiendo una mirada arcana a su querida parroquia, con el corazón destrozado y los ojos en lágrimas, el abate Pérone exclamó lanzando un profundo suspiro "¡Ah, qué no daría por poder volver a Pezilla, aunque no fuese más que por un cuarto de hora". El misterio que estas palabras encerraban, pasó desapercibido a la generalidad de los que las oyeron; no así a la piedad de la joven Rosa Llorens, cristiana modesta y animosa. Presumiendo que hubiera quedado alguna Hostia consagrada en el Tabernáculo de la clausurada iglesia, se propuso salvarla a toda costa de las bárbaras profanaciones de los revolucionarios. Entregadas las llaves al alcalde, la iglesia germaneció cerrada, sin que nadie penetrase en ella, hasta que, tres meses después, la Providencia dispuso que fuese designado para el cargo de alcalde del lugar un ferviente católico, de nombre Juan Bonafós. Inspirada por el deseo de impedir la profanación de las sagradas especies, Rosa Llorens, aprovecha tan favorable coyuntura. Apersónase al nuevo alcalde de Pezilla y con todo el ardor y la elocuencia de su fe, puesta al servicio de los intereses del Señor, suplica al magistrado quiera cerciorarse de que no haya quedado en el Tabernáculo ninguna hostia consagrada. El día 7 de febrero de 1793, el alcalde Juan Bonafós y la señorita Rosa Llorens acompañados por un tal Pedro Boyer, penetraban en la iglesia. Detúvose éste a la mitad de la nave; entretanto, Bonafós y Rosa suben las gradas del altar mayor. De rodillas sobre la tarima, la joven espera con santa impaciencia que se abra el Tabernáculo para saber si en él está su Dios: El corazón del alcalde late inusitadamente y con mano trémula por la emoción, saca primero, del sagrario, el viril de la Custodia en la que estaba encerrada una hostia grande, y luego el copón, que contenía tres hostias pequeñas enteras y otra dividida en dos mitades. No siendo posible llevarse el copón, por estar inventariado, envuelve las sagradas hostias en un purificador; y juntamente con el viril, 1os confía al cuidadode la prudencia y fervor de Rosa. Esta entregó el viril con la hostia grande a la esposa de Bonafós. El alcalde en persona guardó tan precioso tesoro en un cofre de madera y lo mantuvo cuidadosamente oculto en su domicilio particular hasta el 9 de diciembre de 1800. Las cuatro Hostias pequeñas las entregó Rosa a su madre: fueron colocadas en una compotera de b1anquísimo cristal, (el recipiente más precioso que poseía) y después de haberlo cubierto con un paño de seda encarnado, fueron encerradas en un armario en el muro de la casa. Por razones de prudencia, la Sagrada Hostia conservada en casa del alcalde Bonafós no pudo recibir el culto debido. Rosa Llorens, en cambio, pudo darse el gusto de abrir las puertas de su casa a todas las almas piadosas que quisieran adorar a Jesús, arrojado de su templo y refugiado en casa de aquellas piadosas mujeres. Los revolucionarios por tres veces, hicieron objeto de infernales pesquisas a la casa de Rosa, mas no pudieron encontrar el divino Tesoro: las piadosas mujeres lo ocultaban ingeniosamente y el mismo Dios lo guardaba. Terminada la revolución francesa con todos sus horrores, en diciembre del año 1800, Jesús Sacramentando pudo tomar nuevamente posesión de su trono. Habiendo sido el primero en recobrar su libertad, el 5 de diciembre de 1800, se presentó en casa de Rosa Llorens el vicario de la parroquia, para sacar de su lugar las Santas Hostias, y llevarlas en la misma compotera a la iglesia. ¡Cuál no sería su estupor, al ver que el recipiente de cristal se hallaba milagrosamente dorado!

Cuatro días después, el párroco Jaime Pérone, de vuelta de su prolongado destierro, retiraba la hostia grande de casa del alcalde Bonafós, para llevarla procesionalmente en medio de un entusiasmo y emoción generales a la iglesia. Allí la depositó con las otras cuatro, y se conservaron como singular prodigio por más de un siglo. Graves testigos dan fe del hecho de haberse dorado el recipiente, en la forma siguiente: al ser retirada de casa de Rosa Llorens por el Vicario la compotera se veía dorada en parte, lo que sorprendió a la familia Llorens que sabían con certeza que el recipiente era antes perfectamente transparente, hasta el 2 de agoto del año siguiente, fecha en que fueron trasladadas a otro vaso las hostias, el dorado siguió extendiéndose. Mas, desde aquella fecha cesó, habiendo quedado dorados sólo el fondo y las paredes laterales del recipiente y una faja circular en la parte inferior de la tapa también de cristal.

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UNA ESTRELLA ADMIRABLE (ONIL, en ESPAÑA, Año 1824)

El Congreso Eucarístico celebrado en Valencia, en el año 1893, puso en evidencia este acontecimiento, apoyándose en testimonios históricos de indiscutible autoridad. El 6 de noviembre de 1824, al ir el sacristáns a abrir las puertas de la iglesia del pueblo de Onil, en España, fijóse su atención en una cuerda que pendía de una de las ventanas del campanario; y observó al mismo tiempo, que la cuerda de las campanas había sido quitada. Al dirigirse a la capilla del Santísimo Sacramento, la halló abierta. El Tabernáculo estaba forzado y la custodia, con la hostia consagrada había desaparecido. Esparcióse inmediatamente la noticia en toda la villa, y de calle en calle repetían sus habitantes: “¡Se han llevado a Nuestro Señor! ¡Han robado la hostia consagrada. Desgraciados de nosotros!”. Lleváronse a cabo minuciosas pesquisas en toas las casas de Onil, Tibi, Ibi y Castellá, al mismo tiempo que se organizaron oraciones públicas. Vivía por aquel entonces en Tibi una pobre viuda muy piadosa, de nombre Teresa Carbonell, que se distinguía por su gran devoción a las almas del Purgatorio, por cuyo sufragio ofrecía diariamente oraciones y penitencias. Recurrió a ellas en esta circunstancia, prometiéndoles hacer celebrar una misa por su eterno descanso, si le hacían descubrir el paradero del sacratísimo cuerpo de Nuestro Señor. Hecha esta promesa salió al campo, y allí se sintió atraída por una fuerza sobrenatural, al acercarse a un lugar donde había muchos montones de piedras, arrojadas acá y allá cerca de unas casas que estaban en construcción. Cuál no sería su júbilo y su emoción, cuando al remover dos piedras grandes, vió brillar en el suelo el círculo de oro de la custodia. No se atrevió a tocarla, sino que se arrodilló, comenzando a llorar y a gritar: ¡Venid, venid, aquí está Nuestro Señor! Pronto rodeó a la pobre viuda una muchedumbre de personas, que adoraron llenas de consuelo a la divina hostia. Acudieron al fin el cura y el alcalde y quedaron sorprendidos al ver la custodia, la que inmediatamente fué recogida y depositada en un altar provisional. El entusiasmo fué general, desde el primer instante del hallazgo, pero rayó en el delirio cuando Dios mismo quiso manifestar, por medio de un milagro, que deseaba hacer para siempre célebre aquel lugar. Al anochecer, mientras el pueblo se agolpaba en torno de la custodia, una estrella muy grande, y que se distinguía entre las demás por su vivísimo¿resplandor, describió sobre el fondo oscuro del cielo una curva luminosa y descendió perpendicularnente sobre el imprvisado altar, irradiando una lluvia de luz. Este fenómeno inexplicable tuvo una multitud inmensa de testigos. Fijóse luego, la hora para llevar solemnemente el Santísimo Sacramento a la iglesia de Tibi, que era la más próxima, y a la mañana siguiente todo aquel devoto vecindario se puso en marcha para devolver su Tesoro a la iglesia de Onil, a donde llegó dos horas más tarde, después de un corto descanso en Castella. El clero, los carmelitas descalzos y toda la población de Onil esperaban a las puertas del pueblo, con la emoción que podemos suponer, el regreso del Señor. Las campanas de la iglesia y del convento anunciaron por fin el momento feliz, que constituyó un verdadero triunfo para la divina Eucaristía. Todavía celebra Onil solemnemente, durante tres días cada año,el recuerdo de estas maravillas, y la sagrada hostia conservada aún en la misma custodia, derrama incesantemente gracias y bendiciones sobre los peregrinos y los habitantes de aquel pueblo.

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EL NIÑO JESUS EN LA HOSTIA, (MANZANEDA en ESPAÑA), Año 1903)

Los Padres Redentoristas de Astorga, predicaban en aquellos días una misión en la parroquia de San Martín, de Manzaneda, del arciprestazgo de Trivés. Por razones que no es del caso explicar, los trabajos apostólicos comenzaron con pocas esperanzas de éxito. Apoderose el desaliento de los Padres Misioneros, y, con el objeto de atraer mayor numero de fieles a la santa misión, anuncióse una iluminación extraordinaria a la hora del ejercicio de reparación. Entonces fué cuando el Señor se dignó mostrar un rayo de su infinita bondad por medio de un milagro, que referiremos a continuación.

Durante la exposición solemne del Santísmo Sacramento, diez de los asistentes, entre ellos el Cura párroco y algunos niños y niñas de 6 a 10 años, vieron que la sagrada Hostia se iba transformando en un bellísimo niño como de dos años, vestido con una túnica blanca. Uno de ellos pudo notar que tenía las manos juntas sobre el pecho, y que su rostro resplandecía mil veces más que las innumerables luces que lo rodeaban. Siete lo vieron con una fisonomía alegre, con los brazos extendidos y el rostro y las manos más blancas que la nieve. El Cura de la parroquia, que estaba arrodillado en la grada del altar, lo contempló, durante veinte minutos, con los pies y manos atravesados por clavós y el corazón abierto. Una devota mujer, ocho días después, aseguró haber visto en la custodia, en lugar de la hostia un niño hermosísimo, vestido con blanca túnica y coronado de flores rojas. El que estas lineas escribe (Padre Eugenio Couet, sacramentino), tuvo el honor de ser delegado por su Excelencia el Señor Obispo de la diócesis, para recibir las dclaraciones de los testigos del suceso, y después de haber tomado el juramento de costumbre, pudo observar la sencillez y sinceridad de las personas que fueron favorecidas por estos prodigios. No es necesario añadir a estos testimonios, el maravilloso e inesperado fruto de la misión, que fué abundantísimo, y la seguridad de los habitantes del pueblo en la verdad de lo acontecido.

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